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viernes, 9 de diciembre de 2011

Geminis

CUANDO Malena llega a casa, despacio para no molestar a los vecinos que ya duermen desde hace horas, se da cuenta de que esta noche se ha pasado un poco. Tambaleando con los tacones en la mano se dirige a su cuarto, ni siquiera se le pasa por la cabeza quitarse el maquillaje. La mañana del sábado ya se anuncia a través de su ventana; para evitar el nuevo día e ignorar que el mundo sigue girando -sin importarle lo que ella haya estado haciendo mientras-, baja las persianas.
     Andrea llegó casi a las cinco de la mañana, pero aún las calles estaban oscuras y las farolas defendían la tranquilidad de una ciudad donde nunca pasa nada. Lo primero que hace es dejar sus cosas sobre el mueble que hay en la entrada y comprobar que todo está tal cual ella lo había dejado antes de marchar. Entra en el baño y mientras se desnuda y se desmaquilla se mira atentamente en el espejo. Después de todo no acertó con aquel vestido tan largo. Es bajita y apenas se luce en él... Le hubiera gustado maquillarse de otro modo pero tampoco es que sepa sacar partido a su belleza natural, al menos a su juventud -está segura de poseer eso-. ¿Estuvo con la misma gente y escuchó la misma música? Por un momento lo ha olvidado, es como si hubiera estado allá sola ¿Acaso alguien se enteró de que ella había estado en aquel lugar?
     A Malena le cuesta poco quitarse la ropa, quizá por lo escaso que es su vestido, desabrocha los corchetes y lo deja caer al suelo sin la más mínima compasión. La temperatura de su cuerpo la tienta a desechar el pijama y algo extraño parece retenerla antes de meterse en la cama; será que no tiene sueño. Camina por su habitación y todavía disfruta del vaivén de sus caderas, nota su ritmo incansable, se sabe joven y fuerte. El espejo le sonríe y le susurra entre las sombras que también es muy bella. El calor casi es insoportable pero no quiere subir las persianas, la luz del día podría recordarle donde estuvo... con quien... ¡y eso pasó hace ya tanto tiempo!
     Cuando se mete en la cama, Andrea no puede dormir, piensa que ha vivido una noche más, que no se rindió, que estuvo allí, siendo como es y formando parte de eso que buscan todos pero que ella no termina de encontrar. ¿Qué le faltó? No lo sabe. No comprende el mundo en que vive y se limita a dejarse arrastrar... Se quedó mirándolo, intentando decirle con la mirada lo que jamás se hubiera atrevido a pronunciar, deseaba tanto que alguien se le acercara. Que él le hubiese sonreído al menos. De repente, la madrugada de ese viernes, siendo las cinco de la mañana del sábado siguiente descubre que algo ha cambiado. Se siente incompleta en la cama. Una parte de Andrea quedó perdida entre la gente que la había estado rodeando, tocando, poseyendo aunque ella en todo momento sentía que nadie podía alcanzarla. Tan lejos ahora del ruido sólo le quedaba el silencio, unas horas de oscuridad y el sueño, pero ¿qué soñaría? Algo había ocurrido, pero ¿qué? En realidad nada. Y ahora estaba tan perdida... tan equivocada...
     Malena se deja caer, sus sábanas la acarician y su cama se convierte en un barco, en una alfombra mágica que la puede llevar a cualquier parte, se convierte en rama de un árbol, está colgada en ella y casi puede sentir una brisa; ¿de dónde vendrá? Una gota de sudor resbala desde sus pechos hasta el ombligo. Ella siente el recorrido y pasados unos segundos descubre una sonrisa maliciosa nacida de sus labios, quién sabe desde cuándo. Se le ha pasado por la cabeza que tal vez ese sudor no le pertenezca. Se da la vuelta y abraza la almohada, no se ha dado cuenta de que un trocito lo tiene entre los dientes. "Malena, Malena quién fuera tango..." Las palabras recorren su cuerpo que todavía se estremece al recordar aquella voz. Sí, su piel tenía memoria, y ella -ahora tumbada en la cama, sola- ella era un tango, era acordeón y piel y rabia y pasión y violín y mirada y vuelta y un paso atrás, porque había que saber cómo bailar... cómo llegar a Malena.
     No queda noche que transcurrir cuando caen rendidas al sueño. Pronto llega la hora de salir del cuarto, vuelta a la vida diurna y formal, después de unas horas de malsueño y poco descanso acalorado. A las dos les espera el café y la prensa de diario. Cuando vuelva a caer la noche, querrán salir de nuevo, cada una por su lado. Pero la oscuridad todavía no ha llegado, aún la luz del sol inunda la realidad y ellas no están preparadas para emprender otro viaje. Ahora, en este momento, no se arreglan ni se preocupan demasiado para estar por casa porque hace tiempo que viven, salen y piensan solas, las hermanas. Cuando se encuentran, la una le pregunta a la otra qué tal se le dio la noche. "Como siempre", suele ser la respuesta.




miércoles, 7 de diciembre de 2011

Aire

Soñé que era aire,
que por un momento,
un tiempo inexacto,
pude ser libre
y volar escapando,
transformada en palabras,
por siempre de tus labios.